De un tiempo para acá y fruto del trabajo en casi todas las empresas y emprendedores con los que me he sentado en los últimos años, me he sostenido en un discurso al que le he venido afilando lápiz para ayudar y responder a la resistencia al cambio de las organizaciones versus la exigencia del mercado por la Transformación Digital, la Innovación y cualquier otro termino y campaña de moda.
De las conversaciones más impactantes que he tenido con buenos amigos dueños de empresa, son donde me cuentan del porqué están cerrando sus negocios, e impacta más cuando conozco esos proyectos desde sus inicios, cómo en meses y años de duro trabajo se forjan emporios, sus agendas se llenan de citas, reuniones, chicharrones, cómo los inversores llenaron sus arcas, cómo viajaron a ferias, exposiciones y congresos, y después de tanta fanfarria de “foforro laboral” y trasnochadas, hoy se sientan a explicarme que cierran, que venden, que ya no hacen parte de su propia empresa, que se acabó.
Era un viernes, 6 de la tarde y empezaron a llegar los más de 50 niños con maletas, y la hoja de permisos de papá y mamá, en la que dejaban que sus retoñitos nos acompañaran hasta el domingo en la tarde.
Era la primera vez que con la excusa de crear empresa estarían fuera de casa por 50 y pico horas. Y así , y después de dar los protocolos de rigor, iniciamos el primer talles de Innovación, ciencia y tecnología que se ofrece en un municipio de Cundinamarca. A jóvenes de 9, 10 y 11 de un par de colegios de la región.